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lunes, enero 15, 2007

 





“La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia
(Virginia Wolf. “Las Olas”)



“El tiempo esta fuera, Nosotros estamos dentro”.


Por debajo de lo que sentimos, detrás de cualquier razón, más allá de toda idea, credo o política, somos seres subemocionales. Pero ¿qué es subemocional? Subemocional, en este caso, es el boceto de un imposible. Una banda sonora para pequeños desastres. Nanas con las que despertar nuestras mermadas consciencias a partir de las cuales ahondar en una poética de la desaparición. El prólogo de un viaje hacia dentro para “niños perdidos en los cumpleaños”[1]. Una historia abierta hacia la eterna adolescencia del hombre en un tiempo alienador en el que no se encuentra y en el que a pesar de todo sigue buscando signos de vida inteligente.
Decía Borges: “Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.”[2]
Subemocional es esa búsqueda artística desde la melodía interior, no como tautología, sino más bien como acto de renuncia a la autorreferencia, una búsqueda desde el inevitable subjetivismo de la experiencia estética. Una experiencia huidiza, pero conformadora de un discurso desprejuiciado no menos coherente que el conscientemente elaborado con cualquier código estilístico, en el que la introspección, como en los románticos, todo sea dicho, es un paseo a las profundidades del paisaje circundante como único indicio, eco, arqueología o prueba de ese crimen perfecto que es la vida, en buena parte ajena, que decimos vivir.
Una vida frágil y consciente del movimiento soterrado que borra cualquier huella de unos pasos en la arena, ese espacio disoluto en el que nos movemos con absurdas pretensiones que enturbian, aún más, una mirada profunda sobre la belleza efímera. Bellezas como la de aquella estrella lejana y apenas perceptible que aún alumbra nuestra pequeñez.
Pero, como dijera Auden en ese comentario esencial a la tempestad de Shakespeare que es “el mar y el espejo”¿como inventarse una costumbre?

"Te lo dije,
nos parecemos a las olas"

escribía hace unos años para explicar esa insistencia en la que aún no nos reconocemos, Una insistencia que a pesar de todo nos arrastra como este otro estribillo pegadizo que tarareaba aquel verano en la playa:

"Pasos sobre la arena
huellas que se lleva el mar"

Era como el paseo por la rutina que hace reconocible las mareas, como la canción triste que tarareaba incesantemente como, si intuyendo el final de aquel hermoso instante, quisiera hacerle una foto.

Ahora los paseos son a veces por los márgenes del edén que arde tras nosotros. Antes hubo quien nos echó.

“los dioses ya habían decidido,
solo quedaba rezar”

Este es un viaje por los elementos, la odisea que probablemente nunca escribiré. Ya compuse la banda sonora de esos pequeños desastres, pero como todos sabemos, primero fue el verbo. El poema siempre incompleto de visones, de ausencias a través de las que intuía anónimos escritos en el tiempo. Indicios de que algo nos quieren decir las cosas, los lugares, los objetos.


Paco Nadie. 2006

[1] Esta es una historia aún no escrita que un día
[2] J.L.Borges, de “El Jardín de senderos que se bifurcan” (Obras Completas, I: 479).

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